El gran Gus Agulla -perteneciente a la tropa de los siqueros míticos- nos ha adecentado esta maravilla de terraza a modo de aposento ataláyico, con unas cuentas sillas de teca, una mesa al centro y un suelo de adoquines de granito. Pues oye, quizás el gallego nos vaya para decorador de exteriores. Al Gus me lo felicité por navidad y, bruto que es uno, le insinué que abriera el porche y se propusiera, él solito, cargar con lo que faltaba. El plan cambió: le echaremos una mano entre todos, le traeremos, cada uno desde su parte y camino, el aperitivo, la merienda, el pasatiempos, la sombrilla, las cuatro aceitunas, el par de cervezas y un puñado de naranjas para el postre el es trato).
Cumplamos: Toca hacer síntesis rápida, personal y breve (si se alarga, el lector coge vértigo y cierra) de un programa confraternal. Pocas veces me imaginé en la tarea de glosar un espacio de radio, tampoco creí que pudiera pertenecer nunca a un fenómeno bien parecido a un club de fans, a los que aborrezco profundamente. Pero sucedió, sucedió entre hogares inconexos que ahora ya pertenecen a un mismo sistema con vínculos comunes. Formando amigos, unos pocos. O conocidos, muchos de ellos. Y cómplices, la mayoría, salvo alguno que quiso ser fundador pero sólo le llegaba para ser pánfilo y acabó siendo medio imbécil. Y aquí la pregunta: ¿cómo se levantó el edificio? No seré tan cándido de pensar que el programa “cumplía” por su esforzada producción (más bien al contrario), o por un apoyo constante y comprometido de la emisora (va a ser que no). Funcionó por esa complicidad, resultante de la mezcla hipnotizante, por el maridaje de materias tales como excentricidad, frescura, corazón canalla, alma integradora y cierta erudición insólita que raramente caería en la pedantería. Todo ligado desbocó en un rato casi siempre entretenido y con un lei-motiv infinito: complicidad. Así siga. (¿Fútbol? Fue lo menos importante).
Como se echan de menso esos puntos finales canalla.
dejanos de vez en cuando por aquí estas cosas que tu solo sabes.
BERTO