04 mayo, 2009
Ritual del 4 de Mayo

Rojo como la sangre y fuerte como el Barbera, lo llamó un poeta. Y jamás definición alguna pudo ser más acertada. Como la linfa de la vida, hizo renacer la esperanza en un pueblo derrotado y famélico. Como el vino espeso del Piamonte, puso color y alegría en los rostros demacrados por la guerra.

Vivieron una época llena de convulsiones. Nacieron súbditos en un reino, fueron camaradas en una tiranía y de pronto se vieron ciudadanos en una república. Supieron de gozo y de tristeza, de privación y riqueza, fueron aclamados por multitudes y también pifiados e incomprendidos.

Son dieciocho, y se acercan, como solían hacerlo, de a pie. Es un paseo corto como un día, largo como una eternidad, y su bus, el Conte Rosso, espera con los motores en marcha. A medianoche volverán a partir, pero ahora acaban de llegar.

Son rostros de jóvenes, no hay tensión ni muecas de desagrado, el stress no se advierte en las caras frescas y distendidas. Y de creer al poeta, deberían: Fumar quería decir un taco cada tanto/ para divertirse se reía poco / para comer se comía hasta el gato / no éramos nadie, el astuto como el tonto. Y aún así sonríen, conversan animadamente, bromean, juntan las cabezas para leer un titular de diario.

Los genios y figura conformaban legión: Eusebio, funámbulo rutilante capaz de colocar una moneda en el bolsillo con un movimiento de su felpado pie; el bromista Guglielmo, siempre plástico, elegante y díscolo, con él, Franco, dos socios de cancha, negocios y vida, haciendo posible lo inimaginable.

También había clásicos entre ellos. Aquel Virgilio que podía llevar al paraíso con su clase, no sin antes apoyar sus zapatos contra la parte más delicada del torito de Plaza San Carlo. Estaba también Romeo, que en lugar de despertar a Julieta con un beso, atronaba la grama con sus cañonazos. Julius, que “llegó y vio” pero no alcanzó a vencer ni a pasar el Rubicón. Y Rubens, que si bien no con el pincel, trazaba su camino coloreándolo de bravura, sudor y estilo.

Luego estaban los prácticos: Aldo, gentil y sencillo cuanto batallador e imponente; Giuseppe, callado y trabajador, tiene como lema “hay que ser ordenados”; Ezio, meditabundo y sobrio, no ponía barniz a su juego, sólo lo usaba para su trabajo real de vendedor. Los tres de pocas palabras y muchos hechos.

No faltaba el grupo de amigos del alma que vivían en la misma calle: Valerio el tímido, al que si fallaba un domingo se le venía el mundo abajo, Mario el combatiente, fiero en el juego y audaz sobre su motocicleta, Danilo el artista, cantaba de maravilla y jugaba en todos los puestos.

Los hubo, también, desconocidos. Pierino, heredero de Virgilio, habilidoso, físico seco y repertorio preferentemente aéreo. Ruggiero, coronado de laureles en Francia, todo potencia y futuro ocupante del sitial de Guglielmo. Dino, que nunca pudo jugar pero que tuvo siempre la ilusión de ser como sus compañeros. Y Milo, otro campeón transalpino, zurdo, rápido por el ala y puntal de su país.

Y estaba también aquél cuyo nombre bastaba. Con sólo agregar “y los demás”, ya estaba hecho, los evocabas a todos. Capitán y bandera, embestida y cornada, capa y muletilla, diestra y zurda, antorcha y trueno en cielo claro. Como siempre, va a la cabeza, guiando al grupo, junto a un respetable caballero que ronda la cincuentena y que parece ser el cicerone del grupo.

Los dieciocho – bonito número y bonito nombre para un equipo - se abren paso por entre la multitud congregada. Hay murmullos, ojos incrédulos, dedos que quieren apuntar y luego, como si de sacrilegio se tratara, dejan el gesto a medio hacer.

El reloj marca cinco para las cinco de la tarde, y por vez primera hay un silencio entre ellos. Muchos se tensan, reconociendo rostros queridos entre la multitud, estableciendo un diálogo con la mirada. Las cabezas bajan a medida que los rezos se suceden, los ojos dulces y melancólicos se alzan y se posan en la lápida, leen sus nombres lentamente, como si por primera vez los vieran... y hoy son ya cincuenta y seis años que cumplen este mismo ritual.

Cuando la gente baja por el sendero, ellos se han apartado hacia el muro destruido.
Esa construcción es un lugar sagrado, una basílica, un lugar de reyes. Ha cambiado poco desde esa tarde infeliz: es más tierra sacra que nunca, aún es basílica, pero ellos hicieron que volviera a ser un punto de reunión de los plebeyos.

El capitán vuelve a encabezar el grupo. Usan el costado opuesto de la colina, por el que nadie baja. Divisan, a lo lejos, el humo de gasolina del Conte Rosso, con el motor en marcha, esperándolos.
Todas las miradas se dirigen al capitán, que asiente.
Y cada uno parte hacia el lugar que amó, donde vivió o trabajó, donde tuvo amigos o conoció el amor. Con discreción, con tacto, en silencio, sin interrumpir la vida cotidiana de quienes los rodean.

Antes que suene medianoche, regresan todos. El aire está tenso: como siempre, ese día ha llovido en Turín. En silencio, el capitán los cuenta. No falta nadie. Con un gesto de la cabeza, exclama “Alé”, y uno por uno, los dieciocho van llenando los asientos del Conte Rosso. Asoman algunas sonrisas de melancolía: los nietos están grandes, los amigos que quedan, canosos, la ciudad, cambiada. Pero no tanto como para olvidarlos.

Mientras el autobús pone primera, alguien recita, suavemente, el final de aquellos versos del poeta.

Ganaste el mundo
A los veinte años, la muerte
Mi Grande Torino
Mi Torino fuerte...

Y un niño sigue con la mirada el vehículo que se pierde en la bruma de la eternidad. Tiene en las manos unas figuras de cartulina tosca, repite su mantra sin verlas,
mientras el bus se convierte en un punto en el horizonte.

Bacigalupo Ballarin Maroso; Castigliano Rigamonti; Gabetto, Menti, Martelli, Loik, Mazzola, Ossola...

Torino duerme. El ritual se ha cumplido. El milagro se ha repetido. El recuerdo se ha perpetuado.
Lorena Lathrop
 
posteado desde Superga por Capullito de alelí a las 10:07 p. m. |


5 Comentarios:


  • a las 11:31 a. m., Anonymous Tristanista

    ¿Cómo un texto puede seguir molándome tanto después de haberlo leído miles de veces?

    grande Latrop, dondequiera que esté

     
  • a las 4:37 a. m., Anonymous Jesús

    Este 4 de mayo leí las noticias del 60 aniversario de Superga... y me hizo recordar el programa en el que escuché por primera vez a Petón. Un programa en el que la gente pedía número (no se por qué nunca lo pedí) y que tenía magia. El futbol tiene música me hizo poner en el coche a todo trapo la canción de Less y admirar la leyenda viva del Toro. Enhorabuena por el blog. Un saludo de un seguidor de EL FÚTBOL TIENE MÚSICA... aquí la sigue teniendo, sí.

     
  • a las 10:50 a. m., Anonymous Ferruti

    Se me pone la carne de gallina al leer el documento de Lorena. Es una lástima el haber perdido el contacto con ella, pero bueno espero que se pueda volver a retomar algún día.

    Jesús, El Futbol tiene música está vivo, tenemos un foro (el enlace está en este mismo blog "Foro de EFTM") y aunque somos una gente un poco peculiar (unos más que otros), serás igualmente bienvenido.

     
  • a las 10:27 p. m., Blogger Gustavo Agulla

    enorme!!

    y yo que no me acuerdo en absoluto de Lorena... creo que me perdí una buena epoca del programa cuando yo no tenia internet

     
  • a las 1:40 a. m., Anonymous Anónimo

    Grande, Lorena. Espero te encuentres bien por donde sea que estés